miércoles, 10 de mayo de 2017

Hay despedidas para las que no estamos listos.

Soy nefasta, nefasta para despedirme de ti.

Sabes que este fin de semana ha sido largo, duro más bien. Todos hemos estado contigo a pie de cañón hasta el último momento, pensábamos que unidos todo sería más fácil y que la fuerza de voluntad unida a la esperanza hacen milagros, y ahí estábamos. Este año ha sido duro para abuela, ya sabes que para ella eras una pieza más que necesaria en su puzle y que todo el tiempo que estabas en el hospital se le hacía cuesta arriba, menos cuando estaba contigo. A todo esto hay que sumar su cáncer, su dichoso cáncer que ha hecho de estos últimos meses un horror para todos; pruebas y pruebas acompañadas de malas noticias y de algún que otro bajón en el que todos hemos tenido que arrimar esas fuerzas que no teníamos.


Como bien te decía, has visto que hemos pasado unos días duros, pues no dudo que desde donde estés has estado mirando a todos y cada uno de los que estuvimos contigo. Mientras estábamos esperando a que vinieras no dejaba de llegar gente, ya sabes que tus amigos son muy familiares y que daban todo por pasar contigo una tarde o ese café en el bar de la curva. A medida que llegaban los primos todo eran abrazos, abrazos de compañía y de sentirnos todos uno, porque como más de una vez has vivido, en casa siempre fuimos muchos. Nos estuvimos contando numerosas anécdotas, entre ellas cuando tía Julia se quería llevar dos pollos tuyos y Raúl, como uno de tus mayores seguidores, se cabreó con ella pues, ¿Quién era ella para llevarse las gallinas de su tío Alfonso? Después Óscar y yo estuvimos hablando sobre el famoso hombre que salía de tu chimenea, sí, aquel que afirmabas que tenía un árbol en la cabeza en forma de manos y un saco donde metía a todos los niños. Cualquier historia era buena para echarte unas risas y que saliésemos corriendo de tu casa antes de romper todo. Te vamos a echar de menos, te echamos de menos.

Para terminar, solo quería dedicarte un espacio de algo tan personal como es esto. Eras diferente a todos, y bien sabías lo que era para mí que alguien fuese diferente. Gracias por haber sido silencio en medio de tanto ruido, por hacer que abuela comprase miles de helados cada vez que ibas a su casa y así poder comérnoslos todos, por hacernos correr de pequeños y no tan pequeños calles abajo como unos locos, por no ofender, por saber despedirte mejor que nadie, y por haber estado siempre ahí con los míos; pero sobre todo, gracias por ser de los míos. Nos veremos, tarde o temprano, pero nos veremos. Siempre contigo.

¡RECUERDA, NO HAY NADA COMO SENTIRSE LIBRE!

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